Por Wilmar Castillo
Las décadas del 70, 80 y parte del 90 fueron años de mucha actividad insurgente, a tal punto que sus detonaciones todavía suenan en la memoria. Los grupos subversivos tenían a la sociedad colombiana girando alrededor de ellos por medio de la retención de un avión con pasajeros, la toma de una embajada, toma de capitales, enfrentamientos con las Fuerzas Militares del Estado (FFMM), retenciones, etc., pero también porque en campos y ciudades se convivía con los miembros de la subversión. El M-19 (M19 o solo M) fue una guerrilla que logró juntar la acción militar y el enraizamiento con la gente, al punto de consolidar un tejido social rebelde con pretensión de cambios sociales.
Entonces podrá encontrar en este artículo que la primera parte girará alrededor de las reflexiones sobre la preponderancia del eje militar de la subversión, tomando la experiencia del M, luego se reflexionará sobre esa herencia simbólica, cultural y política rebelde para algunos sectores de la sociedad que continúan sin fusiles, buscando las transformaciones sociales.
El remedio para la memoria surtió efecto
[…] Una guerrilla
nacionalista,
bolivariana y
socialdemócrata […]
Carlos Pizarro, capítulo VII. Va a pasar algo importantísimo
El lanzamiento del M19 se caracterizó por una campaña de expectativa en los diarios que hablaban de una cura para varios males entre esos la falta de memoria, donde el M se presentaba como la cura. Luego la noticia de la extracción de la espada de Bolívar del museo que lleva su mismo nombre, la ocupación del Consejo de Bogotá y la publicación de que la espada de Bolívar vuelve a la lucha en la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, en enero de 1974 lanza a la opinión pública al grupo subversivo; incluso después de su desaparición como fuerza armada insurgente el 08 de marzo de 1990, sigue siendo tema de discusión, conversación y de estigmatización.
Gracias a Darío Villamizar Herrera y Juan Antonio Pizarro, conocí la historia del M desde la experiencia del comandante Boris y de Carlos Pizarro[1], miembros del M desde sus inicios y luego miembros de la dirigencia nacional. Aunque la muerte conecta el final de los dos rebeldes, sus carreras políticas tomaron vuelo por la profunda aceptación de la gente de a pie que creyó en el proyecto de país que propuso e intentó construir el M. A partir de estas dos obras resalto los relatos de las campañas militares conocidas como “La batalla de Yarumales” (Carlos Pizarro, p, 145), la toma de Florencia (Darío Villamizar, p. 45), la construcción del Frente Sur y los “Campamentos de Paz” que son descritos en ambas obras, por su nivel de detalle que permiten estar como testigo directo y por la conexión que tuvieron con la gente que creyó en la propuesta política del M, pues el apoyo de las comunidades fue vital para esta organización subversiva.
Con el proyecto de nación adelante, los fusiles, hombres y mujeres que protagonizaron estas hazañas toman el aura de héroes y heroínas al punto de ser inspiración para jóvenes y adultos que pedían ser parte del M. Este heroísmo está acaballado sobre el fusil, el uniforme, el equipo, la barba, las acciones militares y todo lo demás que conlleva el “ser guerrillero/a”, partes constitutivas de la teoría de la vanguardia política de izquierda destacada en el siglo XX en Colombia, Nicaragua, El Salvador, Cuba, Guatemala y otras naciones donde existieron grupos armados subversivos. Si bien es cierto se mencionan otras acciones cívicas impulsadas por las comunidades que rodeaban la propuesta política del M, en la práctica, la organización insurgente se muestra y actúa como el faro que salva de tropiezos a quienes lo siguen.
Así se muestran también las FARC-EP, el ELN, el EPL ante las otras organizaciones políticas y sociales que también incidieron en la vida cotidiana de los territorios urbanos y rurales, pero no hubo conexión entre estos actores sociales y subversivos para confluir en un torrente hacia los cambios que sustentaban sus proyectos de país, por el contrario, cada organización insurgente por sí misma fue decidiendo el desenlace de su lucha política-armada en una mesa de negociación con el gobierno de turno, mientras que las comunidades y sus organizaciones sociales luchaban de manera paralela.
Para terminar, en las dos obras mencionadas el eje militar es el tema principal de la narración, con anécdotas de la guerra y la descripción de las operaciones militares más destacadas, sin dejar de lado el aspecto humano de Boris y Pizarro como el ser papá en un contexto de guerra interna, sus percepciones de los otros miembros de la dirigencia, formas de ser con las comunidades, sigue predominando la acción militar y la paz.
Los votos son la cosecha de algunas guerrillas
El pensamiento rebelde no ha desaparecido. A pesar del paramilitarismo, el miedo y el terrorismo de Estado que prevalece como defensa para los intereses económicos de una minoría adinerada, las ideas de cambio revolucionario no han sido sepultados como sus sembradores/as y por el contrario continúan buscándose las alternativas para materializar esos sueños de nación, sin usar las armas, pero ¿por qué los votos parecen ser la cosecha de esos fusiles?
Siguiendo con el vanguardismo de las guerrillas del siglo pasado, al decidir ellas su desmovilización también deciden cómo continuar la lucha política y son las elecciones para presidencia, alcaldía, consejos municipales, asambleas departamentales la forma de lucha que reemplaza la lucha armada. Quienes fueron mandos guerrilleros pasan a ser los candidatos y el conjunto de los miembros inician las tareas correspondientes a la campaña y programa de gobierno.
A pesar de la sangrienta historia en la democracia colombiana, donde son asesinados candidatos presidenciales de izquierda, se sigue teniendo fe en la democracia tradicional para lograr los cambios sociales, que en su momento se buscaron con los fusiles. Se muestra además que ese es el único camino viable para alcanzar esos objetivos comunes, colocando en un segundo plano los procesos de construcción del Poder Popular y otras expresiones de poder de los oprimidos que están fuera de la institucionalidad vigente.
La lucha armada fue el medio principal de los pueblos para alcanzar sus objetivos estratégicos, que en determinado momento de la confrontación militar aparecieron aspectos que impedían la derrota militar del Estado colombiano, pero la incidencia integral en la vida de las comunidades permitía que las organizaciones guerrilleras optaran por la vía “legal” sin perder de vista los objetivos estratégicos, pues su legitimidad y apropiación los mide la gente, la base social, traducida en victoria política frente al Estado, que por el contrario continuó ejerciendo la guerra.
En ese contexto de guerra estatal que no ha desaparecido después de una negociación y posterior desmovilización de la insurgencia, la preservación de la vida obliga a quienes recogen los frutos de la herencia insurgente del siglo pasado a actuar y luchar bajo las reglas del juego del victimario histórico, la burguesía, convirtiéndose en ruido que denuncia los intereses anti-populares del orden social vigente. Un permiso concedido por la burguesía que le ayuda a mostrarse como la “democracia más antigua de Latinoamérica”.
Pero el vanguardismo político no desaparece, los escogidos/as vía elecciones tienen mayor incidencia en la opinión pública gracias a su gestión con medios y espacios públicos, para informar y denunciar. Su postura política es tomada en cuenta sin mayor crítica por su público, conformado por las comunidades que enfrentan a diario el rigor del abandono estatal y el conflicto social y armado.
¿Las elecciones son la etapa natural que sigue a la insurrección armada?
El pensamiento rebelde también es cosecha
Aún se ondea la bandera del M en marchas y mítines. Han aparecido colectivos estudiantiles universitarios reivindicando a esta guerrilla desmovilizada. Sus miembros siguen en la legalidad aportando en la lucha popular, en el barrio, la vereda o en el Congreso de la República. La herencia no se ha marchitado, pero su eco no tiene la misma fuerza porque el periodo ha cambiado pero no las causas del conflicto social y armado.
Aunque existe la guerrilla del ELN, la única a decir verdad con apuesta y actuar político en Colombia, ya no proliferan las organizaciones subversivas como en el siglo anterior, donde incluso llegaron a existir iniciativas locales impulsadas por ese ambiente insurgente que se respiraba en campos y ciudades. A decir verdad, la insurgencia hoy no jalona la rebeldía entre las comunidades, por lo menos así lo mostró el Paro Nacional del 2021, pero algo sí continua vigente de las luchas armadas colombianas, el pensamiento rebelde.
Sin querer encasillar en una definición al pensamiento rebelde, o exponerlo aquí como un concepto, podría acércame a una explicación en base a las formas organizativas que tienen las comunidades en los territorios para alcanzar los objetivos comunes de Vida Digna, Bien-estar, Vivir Sabroso y otros sentidos comunitarios deslindados del sentido de vida capitalista. Los procesos organizativos, las relaciones comunitarias, la construcción de territorio y los objetivos comunes de Vida Digna constituyen ese pensamiento rebelde porque son formas de vivir y ver el mundo subversivas, es decir, quieren transformar el orden de cosas que someten a la miseria, exclusión y muerte a los sectores oprimidos.
La guerrilla es entonces otra expresión del pensamiento rebelde que según el periodo histórico y las causas del conflicto social y armado, quitan o agregan intensidad. Por ejemplo, en el Paro Nacional quienes salieron a las calles y pusieron a temblar un poco al gobierno nacional fueron los sectores populares de las ciudades capitales y centros poblados, principalmente jóvenes y mujeres, que sintetizan hoy en día los siglos de violencia estructural colombiano, ¿Dónde estuvo la guerrilla? Expectante y ausente.
Recordemos que en Cuba y Nicaragua donde ganó la subversión la guerra y empezó la construcción del modelo socialista, el pueblo hizo parte de la rebelión y posterior construcción de la nueva sociedad, pero quien jaló el tren fue la organización guerrillera, con matices y reflexiones que no caben aquí por lo extenso. Ahora bien, en el caso del Paro Nacional donde las comunidades urbanas, y luego rurales, dieron el primer paso y lo mantuvieron por tres meses (abril, mayo y junio) mientras no se pegó el ELN a esa fiesta popular. ¿Por qué?
Así como en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar se juntaron las fuerzas subversivas colombianas, pero no logró ganar la guerra y se mantuvo separada de la fuerza social y popular de las comunidades (vanguardismo), en el 2021 desaprovechó la única guerrilla que queda en pie, la oportunidad de juntar esfuerzos con los sectores populares para alcanzar los objetivos comunes de transformación. Es tal el nivel de desintonía que esta guerrilla hizo un paro armado nacional del 23 al 26 de febrero del 2022, ocho meses después que terminó el Paro Nacional.
Retomando el tema con el M, esta insurgencia primeramente urbana y luego fuertemente rural, con un asiento territorial en los departamentos de Putumayo, Caquetá, Cauca, Valle del Cauca, Huila y parte del Tolima, nos deja el legado de la creatividad e imaginación sin límites en la guerra de guerrillas, el diálogo con sectores conocidos como “clase media” y la vocación de unidad dentro y fuera de Colombia. Estos ingredientes están vigentes en el pensamiento rebelde heredado de las luchas insurgentes que todavía retumban en la memoria colectiva de adultos y jóvenes, pero que sin el manejo radical de esta página de la historia colombiana, la juventud actual puede desviarse de la esencia rebelde por un enfoque humanitarista y pasivo que paraliza el potencial crítico, movilizador y transformador.
[1] Darío Villamizar Herrera es autor del libro “Por unas horas hoy, por siempre mañana. La vida del comandante Boris” 1ra edición, enero de 1994, Ediciones Pa´lante. Juan Antonio Pizarro escribió “Carlos Pizarro”, 1992, Editorial Printer Latinoamericana Ltda.