Por Ricardo Candia Cares
Y la noticia cae como el rayo. Lo conocí en algún momento entre los años 1976 y 1978 en la entusiasta militancia de entonces.
Descollaba Rosamel como una mente lúcida, un intelecto abierto, una valentía a toda prueba y un compromiso profundo y genuino con su pueblo.
Fue quien abrió a muchos de nosotros las primeras aproximaciones a la realidad del pueblo mapuche en su centenaria lucha. Y por esa vía, tanto vivida como pensada, a muchos compañeros les golpeó una realidad que solo suponían o que sabían a retazos.
O peor aún, de la que nada sabían a pesar de lo centenario de esa resistencia.
Rosamel se daba maña para explicar lo que era difícil que se entendiera. Pero insistía, sabiendo que así se tratara de los más altos cargos del partido, los compañeros criados al modo chileno serían refractarios a la comprensión real de lo que llamaban El problema mapuche.
Era Rosamel de una voz pausada y profunda. Su alegría la expresaba en una risa que la conocían hasta las quilas del cerro. Fue un profundo conocedor de su pueblo y su vida de profesional mapuche la consagró al estudio de aquello que la educación normal intenta ocultar.
Lo visité varias veces en su casa de Rofúe, en la comunidad Jineo Ñanco de la que fue su máximo dirigente. Mostraba con orgullo su ruca enorme, trasminada de humos en la que hicimos un asadito y tomamos vino, mientras surcábamos por gente que conocimos, a la que seguimos viendo y de la que quedó en el camino, tanto por muerte como por cansancio.
La última vez que quise visitarlo. Le llevaba un vino quizás no del mejor, pero que se llama de una forma que le habría gustado: Millamán, un carmenere para la batalla que salva de lo más bien en caso necesario.
Sería en compañía o cerca de Rosamel que comencé a entender que el conflicto entre el Estado y el pueblo mapuche se agudizaba y eterniza en tanto la gente llamada a asumir esas luchas centenarias ni siquiera lo entienden.
Y esa fue una pelea que Rosamel no pudo ganar en las instancias del partido Comunista en el que alguna vez militó.
Rosamel destacó como profesor y director de la carrera de antropología de la Universidad Católica de Temuco. Sus numerosas publicaciones son aportes irreemplazables para entender las luchas del pueblo mapuche. Sus publicaciones son ampliamente conocidas en el mundo entero.
Recuerdo una vez
Era la ruca de Lucho Tranamil, quien también ha muerto no hace mucho. Debió ser el año 1986. Nos reuníamos ese día de mucho frío con un jefe que había ido desde Santiago. La micro nos dejó en plena oscuridad en la entrada de la comunidad. El campo estaba barbechado. Había llovido mucho y la neblina que se elevaba de los terrones nuevecitos no dejaban ver bien. Los treiles anunciaban que íbamos adentrándonos en el potrero con el barro hasta las corvas. El compañero jefe me llevaba agarrado de mi manta tanto para no perderse como para no caer. De pronto los perros de la casa salieron a ver quiénes éramos y debí corretearlos con una varilla de membrillo. Lucho Tranamil, el entrañable Bigote, salió a recibirnos y entramos a la ruca familiar llena del humo de la leña mojada que ardía trabajosa en el pollo. El compañero jefe miraba sus zapatos citadinos deshechos por el barro. El hombre estaba resfriado. Rosamel notó la incomodidad del compañero jefe y puso en un jarrito de porcelana un poco de chicha de manzana y varias hierbas que la madre del Bigote mantenía en su cocina. Con paciencia esperó que su lawen hirviera, le agregó un poco de miel, luego la revolvió pacientemente hasta que se enfrió, para finalmente instalarle una bombilla y pasársela al compañero diciéndole que eso le haría bien.
Pero el compañero miró con cierta náusea la oferta y la rechazó de una mala manera.
En medio del humo pude ver la cara de mi peñi Rosamel. Era la misma que tenía cuando desarrollaba su argumentos y sus compañeros no lo entendían y que no lo entendieron nunca.
Rosamel jamás dejó de luchar con y por su pueblo, a pesar de todo.