Por Luis Casado
“Yo creo en las estadísticas solo cuando las falsifico yo mismo” (Winston Churchill)
En el oficio del periodismo hay reglas no escritas que conviene respetar, o bien debes tener calzoncillos de lata y piel de cocodrilo para aguantar lo que viene. Una de ellas tiene que ver con las menciones ad hominem. Si se te ocurre citar nombres, la regla no escrita es de una sencillez bíblica: lo que digas debe ser irreprochable. Si lanzas una acusación o una afirmación que puede prestarse a debate o controversia, debes tener pruebas.
La delicadeza de epidermis extremadamente sensibles, lo melindroso de ciertas susceptibilidades, lo quisquilloso de no bien ganadas reputaciones y las ansias de no asumir lo obrado –por temor a la fama y a la gloria– hacen que pocas veces los personajes públicos presuman de sus hazañas.
Expuestos a la luz del sol observan casi siempre un silencio sepulcral, y en caso de verse obligados… a lo más que llegan es a una excusa de tipo “perdone la muerte del niño”. Sus reacciones públicas le deben mucho a Caifás, –Sumo Sacerdote en tiempos de Cristo–, quien rasgó sus vestiduras ante el Pleno del Sanedrín cuando acusó a Jesús de un pecado muy grave (Mateo 26:59-66).
Es lo que en el fútbol se llama defender atacando…
De ahí que el periodismo tarifado prefiera pasar bajo el silencio más absoluto la descripción de las proezas de autoridades, o secuaces de autoridades, a priori responsables de lo que hicieron en el ejercicio de sus eminentes funciones.
Estas, –las autoridades y/o secuaces de autoridades– suelen exhibir una inmoderada modestia a la hora de explicar el porqué y el cómo de alguna brillante realización, lo que debiese excitar en nosotros –simples mortales– un incremento de admiración, pasmo, éxtasis y embeleso.
Algún despistado osa de vez en cuando mencionar hechos reprensibles, señalando con lujo de detalles la chapa del presunto culpable de “un acto que resulta injusto por un desmedido uso de las facultades inherentes a la condición funcionarial que se ostenta, excediéndose, propasándose o aprovechándose de las mismas para llevar a cabo una actuación que no es propia o adecuada a su contenido”.
Lo que precede es la definición jurídica del abuso de poder que para hacerla corta también llaman prevaricación, practicada frecuentemente con alevosía y siempre con una delicada meticulosidad. No son las altas esferas de los ‘institutos armados’ los que pudiesen desmentirme en estas materias.
No obstante se sabe, sabemos, que la prevaricación, la concusión y la malversación son exacciones que no se practican necesariamente con uniforme, como tampoco las iniquidades relativas al uso inmoderado de cifras y estadísticas truchas, algunas veces producidas ex profeso como sucede cotidianamente en materia de Economía.
Las estadísticas son un constructo fabricado a gusto del cliente. Las matemáticas consideran los constructos como objetos autónomos, aún cuando no tengan existencia real. Los enanos que nos han gobernado y nos gobiernan manipulan las cifras y las estadísticas como parte de su oficio y lo hacen en el ejercicio de sus funciones porque entienden que fabricar constructos es parte del laburo.
De modo que las palabras de Hamlet resuenan estruendosamente en nuestros oídos cuando nos vemos ante la disyuntiva de mencionar o no mencionar al autor, o a los autores, de alguna indelicadeza:
Ser o no ser: ese es el dilema…
¿Qué es más noble a la luz de la razón?
¿Padecer las pedradas y flechazos de la afrentosa suerte?
¿O empuñar las armas contra un mar de aflicciones
Y terminar con ellas combatiéndolas?
Ésta es la duda que a la desgracia da tan larga vida;
pues si no…
¿Quién querría tolerar los latigazos y las burlas del tiempo, _
la opresión del tirano,
la afrenta del soberbio,
las rémoras legales,
la insolencia del alto funcionario
y los vejámenes que el virtuoso recibe paciente del indigno,
cuando él mismo podría darse el descanso con un simple puñal?
¿Quién querría soportar esas cargas
y gruñir y sudar bajo el peso de una agotadora vida,
si no fuera que el miedo a lo que hay más allá de la muerte,
-esa incógnita región cuyos confines no vuelve a traspasar ningún viajero-,
confunde la voluntad y nos obliga a preferir los males que tenemos
a volar hacia otros que ignoramos?
Y la conciencia así nos acobarda a todos
y el ímpetu inicial de la resolución se atenúa bajo el pálido velo del pensamiento,
y los combates de mayor aliento e importancia extravían su curso
y el nombre de acción pierden… «
Sabemos cual fue la decisión de Hamlet. Hamlet no se acobardó. Tal vez Shakespeare pensó en Aristóteles, en una frase de su Ética a Nicómaco que dice:
“El que excede en osar llámase atrevido, más el que excede en el temer y falta en el osar, llámase cobarde.”
En POLITIKA preferimos ser ‘atrevidos’ a ser ‘cobardes’. Y asumimos nuestra decisión.
POLITIKA no nació para callar, que con haber callado hubiese bastado. Nunca nos tragamos el cuento de la ‘modernidad de Chile’, alcanzada gracias a la obra benéfica de quienes se llenaron los bolsillos antes que nadie, dando el ejemplo, visto que por alguna parte tenían que comenzar a enriquecer a la población.
Para ellos, por ellos, la enorme Eladia Blásquez compuso un tango, cuyo título es “Primer Mundo”:
En el medio de este «mambo» y el delirio más profundo…
el cartel de primer mundo, nos vinieron a colgar.
Tan grotesco es el absurdo, tan inmundo está el chiquero
que mirando el noticiero, ¡me reí por no llorar!
Todo el mundo está en el lodo, dado vuelta de la nuca
¡Nos vendieron hasta el loro, la altivez, la dignidad!
No terminan de asombrarnos, y es tan grande el desatino…
Que a la leche y hasta el vino, hoy por hoy…
¡Les tenés que desconfiar!
Nos están pudriendo el aire, nos cambiaron el idioma,
hoy la «caca» de paloma es más limpia que el honor.
¡La justicia ya sin venda a un corrupto le hace un guiño,
y acomoda el desaliño, del poder y del favor!
En un loco «todo vale», un caniche acicalado
«morfa» más que un jubilado que no llega a fin de mes.
Y en la cruda indiferencia, entre el cólera y el «curro»…
Hay un juez que se hace el «burro» y también…
¡Hay un burro al que hacen juez!
Y me duele que sea cierto… Con dolor del más profundo.
Porque si esto es primer mundo, ¿ese mundo dónde está?
Si parece la utopía de un «mamao» voy a hacértela bien corta…
¡se afanaron con la torta, el honor y la verdad!
No veo cómo terminar esta defensa ès qualités de nuestra actividad en POLITIKA sino con unos versos ya antiguos, que no pierden actualidad. La escritura nunca es trabajo perdido, en el peor de los casos reactiva las funciones de tus sinapsis neuronales. Helos aquí:
Por diferentes razones,
durante casi treinta años,
he cantado desengaños,
rebeldías e ilusiones,
ésas fueron mis canciones
durante todo ese tiempo,
algunas las llevó el viento
y otras dejaron memoria,
pero no canto para la Historia
Sino cantos de atrevimiento.
Yo no he cantado las duras
consignas de la violencia
Pero no tengo paciencia
Para seguir esperando
Mi canto es canción de pobre
Que no se prostituyó
Algunos se convirtieron
¡Se vendieron, qué sé yo!
Sigo pobre y no me vendo
¡La madre que los parió!