David Farías Delva
Dicen, que «en el país de los ciegos el tuerto es rey»; una expresión que quizás evidencia de manera concreta el rumbo que la sociedad chilena ha elegido para vivir en sociedad. Una población a la cual se le ha hecho más fácil mirar para el lado, que reconocer y aceptar lo manipulable y moldeada que está por un modo productivo mercantil y sus superestructuras institucionales, las cuales han ido evolucionando a través de numerosos episodios históricos, políticos, económicos y militares, como por ejemplo las revoluciones ocurridas en China, Vietnam y Rusia, que demuestran cómo estos hechos trascendentales para la humanidad, más bien han afianzado los modos productivos mercantiles que desmantelarlos. Y Chile no escapa a esta historia, pues es uno de los mayores socios comerciales de la China capitalista, además de EEUU y todo su séquito de naciones pertenecientes a la órbita occidental con sus teorías de mercado.
Las sociedades como la chilena, tienden a formarse una imagen idealizada de sí mismas. El juego de la competencia, el mercado y las apariencias son el pan de cada día y las vuelve incapaces de cuestionar el compromiso recíproco que existe entre el capital y el trabajo, indispensables para el funcionamiento de un modo productivo mercantil, cuya base material sostiene relaciones de producción donde el mercado y su inseparable valor de cambio, generan la cegera de aquellos que están atrapados en el modelo de mercado y que no les permite considerar y reconocer que la historia de la humanidad es el resultado de la lucha de clases y los modos de producción, y que hasta nuestros días mantiene a trabajadores y pueblos viviendo en la esclavitud de la matrix del capital, donde sólo un porcentaje menor disfruta de la «magnanimidad» del sistema.
Los últimos 200 años, la lucha de trabajadoras/es y pueblos han sido políticas e ideológicas y no han tenido un nuevo contenido o base material distinto al del capital. Han permanecido dentro del acuario capitalista, con su modo de producción mercantil y sus superestructuras institucionales, lo que evidencia que toda lucha que se dé dentro de este modo productivo, es transformada en un componente más de la evolución y desarrollo mercantilista del capital, cuya consecuencia es desastrosa, contribuyendo a la disolución de la comunidad y los lazos barriales, de la cohesión social necesarias para romper con el ciclo de producción social y apropiación de esta por parte de las clases dominantes, para así romper con la explotación y con la existencia de las clases sociales, avanzando de este modo a la liberación real de la humanidad con su naturaleza creadora y productiva.
La emancipación del trabajo, centrado en los cálculos de mercado, exige una mirada liberadora de los trabajadores y pueblos. Es fundamental que el individuo acepte reemplazar la ética del trabajo esclavo, que está a favor del mercado y el capital, por una ética del trabajo no mercantil, que le permita ser dueño de su creación, de su producto y ser libres de verdad. Se debe asumir que el modo productivo mercantil mutila y busca anular la naturaleza humana de crear y dar sentido a esta creación (trabajo no mercantil), degradándola por un puñado de monedas.
El trabajo no mercantil podría darle un sentido a la labor productiva, permitiendo recuperar esa dignidad y creatividad que la sociedad capitalista le niega. La producción en comunidades, en localidades, las que están fuera de los cálculos del mercado y que se desarrollan con esfuerzo fuera del acuario capitalista, podrían ir fortaleciendo una conciencia de clase para sí, que les permita concibir un nuevo modo de producción no mercantil, posibilitando el desarrollo de otra base material, otro materialismo dialéctico distinto al de la explotación y su modo de producción mercantil.
Saber reconocer dentro de sociedades regidas por el modo productivo capitalista, la famosa «ética del trabajo», significa darse cuenta que esta es la batalla por imponer el control y la subordinación de los trabajadores a un modo productivo que los empuja a perder su naturaleza humana, creativa y liberadora. Ni las derechas ni las izquierdas se han cuestionado el papel histórico del trabajo en esta historia de los modos de producción, terminando todos haciendo el juego y manteniendo la misma base material no liberadora que representa el modo productivo mercantil. No se puede seguir pensando que en la medida que se desarrollen más las fuerzas productivas del capital, la contradicción entre burguesía y proletariado se agudizará. Su antagonismo y confrontación, permitiría, según ciertos análisis, superar el modo de producción mercantil capitalista y así avanzar hacia una sociedad sin clases. Seguir por esta vía es un error, pues lo único que se logra es seguir facilitando la evolución del capital, creando nuevos imperialismos capitalistas, que explotan a la humanidad y sus ecosistemas, como lo demuestran hoy Rusia y China.
En la actual fase multi-Imperialista del modo productivo mercantil, con nuevos actores como los mencionados, sus fuerzas productivas burguesas limitarán cualquier intento liberador de trabajadoras/res, cualquier intento creador que abra las puertas a un modo de producción sin clases. Sin embargo el modo de la producción social y apropiación social se está abriendo caminos en el planeta. Ese modo de producción de la liberación definitiva de trabajadores y pueblos del mundo, el modo de producción no mercantil, donde se alcance definitivamente la sociedad sin clases sociales, la verdadera sociedad del vivir en comunidad, el comunismo real.