Por Nelson Viveros
Jorge Salvo, el joven de Maipú mutilado de un ojo por carabineros durante la rebelión popular iniciada en octubre de 2019, al poner fin a su vida arrojándose al Metro el pasado miércoles 28 de junio, hizo presente en forma desgarradora su denuncia “contra el Estado y sus instituciones”, como sostiene la Coordinadora de Víctimas de Trauma Ocular a la que pertenecía, ante la “indolencia, humillación, dolor, negligencia, en suma, por el abandono a las víctimas y a sus familias” de la violenta y criminal represión policial, desencadenada por Piñera durante la “guerra” que declaró contra el pueblo de Chile, causando un elevado número de muertes, mutilaciones oculares, detenciones, golpizas brutales, abusos sexuales y de todo orden, todos los cuales permanecen en total impunidad, con sus hechores caminando libres en las calles, mientras muchas de sus víctimas siguen en cárcel.
Esta situación, que gravita pesadamente en el estado de ánimo del mundo popular, especialmente entre quienes la vivieron con especial saña y crueldad, tiene su origen en el acuerdo adoptado por la casta/clase política del Congreso, con el propósito de poner fin a la movilización del pueblo, cuando se hacía inminente el desborde institucional del país, por la masividad, radicalidad y persistencia de la rebeldía popular a todo lo largo de nuestro territorio, y cuando el mando de las fuerzas armadas, parecía negarse a volver a desencadenar un baño de sangre contra la ciudadanía, protagonista de un legítimo proceso de lucha social y política exigiendo derechos y libertades propias de cualquier democracia real del mundo.
Desde ese momento, la articulación del conjunto de los partidos del Congreso y el Gobierno, auspiciada por sus mandantes, el gran empresariado nacional y foráneo, tomó un ritmo de acuerdos cada vez mayores, que el resultado del plebiscito de septiembre del 2022 contribuyó a extender y profundizar, dando origen a una estructura de poder de carácter oligárquico, que decide a espaldas de lxs ciudadanxs, niega y atropella la soberanía popular, conformada por los partidos desde una supuesta “izquierda” hasta los de derecha más extrema, aunados tras un cuerpo de entendimientos e iniciativas entre las que se destacan el negacionismo (negar, justificar, minimizar, relativizar las graves violaciones de los derechos humanos cometidos durante la dictadura), la mantención en prisión de presos políticos del país y del pueblo mapuche, la militarización de regiones en donde exista resistencia activa o potenciales contra los abusos y las demandas insatisfechas, la aprobación de leyes de control, restricción y represión en los ámbitos de los bienes sociales en los que existen mayores tensiones y conflictos (vivienda, educación, trabajo), todo lo cual apunta al proceso destinado a elaborar una Constitución Política “para 50 años”, que remozará la heredada de Pinochet y Lagos, afianzando el modelo capitalista, la fuente de los pesares, angustias y necesidades del país.
Este situación obra sobre el estado de ánimo de importantes sectores de nuestra sociedad originando frustración por las expectativas de justicia insatisfechas, por el conjunto de reivindicaciones y demandas desoídas que se generaron en forma colectiva y esperanzadora durante la revuelta, la mantención y hasta acrecentamiento- de las agudas desigualdades del país, por la inmutabilidad de problemas y necesidades incubadas durante la dictadura, respecto a las cuales se había prometido su término con el arribo de una alegría que nunca llegó, todo lo cual fue generando un sentimiento de rabia y frustración creciente, cuya acumulación explota de repente, en forma independiente, protagonizada por el mundo social que origina hermosas, vibrantes y esperanzadas jornadas de energía ciudadana, en cuya expresión se percibía la conformación de un solo espíritu social, insuflado por un ánimo común, compartido, fraternal, preñado de sueños irredentos, pero que no alcanza a dar cuerpo a una estructuración social consistente, facilitando la operación de la burocracia profesional de los partidos políticos del Congreso, que rápidamente se rehacen ante la inexistencia de un programa unificador y de una dirección propia y autónoma que pudiera representar del conjunto del pueblo movilizado, que sin desearlo crea la condición necesaria para volver ser traicionado, empleándose esta vez la irrupción de una nueva generación política, que tarda muy poco en sumarse a la conocida tradicional función política, institucionalizada por el sistema, servil a las elites económicas, políticas y simbólicas, para impedir, bloquear, reprimir los procesos que pudieran permitir “convertir la dignidad en costumbre”.
Es comprensible entonces el sentimiento de ira y decepción que afecta a importantes sectores populares, ese estado de vacío no saciado, que cuando mayor es la barrera a nuestro deseos, mayor tiende a ser la frustración, el agobio, el abatimiento emocional y subjetivo resultantes, sentimientos que deben haber calado muy profundo en el espíritu de Jorge Salvo.
No obstante, se debe tener presente que al mundo popular nunca le ha sido fácil superar la pesadumbre que históricamente nos embarga y le hace desistir en tratar de sacudirse de la opresión capitalista, buscar cómo salir adelante para hacerse un sujeto titular de libertades y derechos personales y sociales. De vivir en una sociedad con plena autonomía e independencia, tal como el país lo experimentó hace 53 años con el triunfo de la Unidad Popular, con su gran abanderado, Salvador Allende.
Ese logro fue resultado de un proceso político y social muy largo y complejo, que duró decenas de años de acumulación de ideas y reflexiones, alza de los niveles de conciencia, de maduración, unidad y fortalecimiento de las organizaciones de la clase trabajadora y del pueblo, para ponerse en marcha con tesón y ganar el derecho a vivir esos agitados y memorables mil días, que demostraron que si era posible cambiar el país con el fin de hacerlo bueno, justo, acogedor.
Solo una fuerza brutal digitada por gobiernos de EE.UU., Australia, Brasil y de otros países logró derrotar a un pueblo que avanzaba, más allá de sus insuficiencias y errores, a estadios superiores de convivencia y progreso social. No obstante la extrema y criminal violencia empleada, el proyecto iniciado hace 53 años, no desapareció, no dejó de existir. Por el contrario, sigue vivo en el corazón, en la mente, en el espíritu y la conciencia de todas y todos quienes con denuedo, valor, energía y decisión –acorde con las nuevas realidades de Chile, América Latina y el Mundo- siguen aspirando a construir a otro País Posible: Uno mejor, diverso y plural, con valores y prácticas éticas, con instituciones limpias, transparentes y control ciudadano, amplio, igualitario, democrático y participativo.
Esa aspiración hace visible la gran tarea por cumplir para enfrentar la felonía, el descaro y la insensibilidad de los defensores del statu quo, que empujaron a Julio a auto inmolarse, y que al mismo tiempo hicieron brotar de inmediato las expresiones de respeto, cariño y solidaridad para su familia y compañerxs con daño ocular por represión policial, y de condena a quienes en puestos del Estado debieron acogerlo, prestarle escucha y apoyo, hacerle justicia. Su indolencia y abandono les hace culpables de conducirlo a la desesperación, a la angustia existencial que condujo a Jorge Salvo a tomar su drástica decisión.
Éstos podrán seguir instalados en sus curules parlamentarios, en puestos destacados de gobierno, conseguidos en forma tortuosa y oscura, instalados en los municipios y otros altos cargos públicos, gozando de privilegios y urdiendo como seguir aprovechándose de su pueblo, pero ya llegará el momento en que las y los chilenos ejerciendo soberanía y justicia ciudadana les envíen al más hondo rincón de la historia al que pertenecen.
¡HONOR Y GLORIA PARA JORGE SALVO!
¡NADA SE OLVIDA, NADIE SE OLVIDA!
Nelson Viveros Lagos – Renca, 30 de junio de 2023
Fuente: Politika