Por Raúl Ortiz Patiño
El pueblo ecuatoriano, como el chavo del 8, no sorprendido pero indignado se pregunta ¿quién podrá defendernos?
El Estado está desarticulado en sus funciones esenciales. No hay quién haga o reforme leyes de seguridad urgentes con la Asamblea Nacional disuelta. La justicia huele como estiércol de gato a campo abierto sometida por el crimen, el poder político innombrable, el narcotráfico y el odio inducido. Los medios de comunicación privados amplifican el odio, manipulan la información, creando supuestas verdades sobre mentiras tan descomunales como su propia desvergüenza. Casi todos los partidos políticos se han desciudadanizado convirtiéndose en empresas en las que los idearios y programas de trabajo son valores de cambio que se venden en un mercado negro que acumula riqueza sometiendo al Estado a sus intereses perversos.
La Policía Nacional y Fuerzas Armadas, en parte de sus cúpulas, han sido infiltradas por los virus de la corrupción, el tráfico de influencias y el encubrimiento deleznable de sus malos hijos. El informe León de Troya, el asesinato de María Belén Bernal y lo revelado con más de treinta mil documentos en el juicio político al Presidente Lasso, parecen ser la punta de un putrefacto iceberg que deshonra tan nobles instituciones. Las cárceles han sido tomadas por bandas criminales que desde allí planifican sus crímenes y asolan el país con sangre, secuestros y extorsiones de una factura nunca vista antes en Ecuador y de la mano de sus propios directores.
La iglesia en general (católica, evangélica, etc.) calla y solo se pronuncia cuando el poder político de su aliado del Opus Dei es interpelado, como ocurrió con el juicio político a Lasso. Se perdieron en el camino estrecho de la salvación obnubilados por el oro y los nuevos fariseos.
Como corolario fatal de esta tragedia, un Presidente que maneja el país como un «banco del barrio», sin equipo de trabajo eficiente, carente de políticas públicas que enfrenten la crisis económica y social, sin estrategias de lucha contra el crimen y narcotráfico, y privilegiando únicamente la acumulación desmedida de riqueza de sus aliados banqueros y empresarios mediante leyes, decretos y medidas neoliberales de inmisericorde impacto negativo a la mayoría de la población. Un Presidente, además, vinculado presumiblemente a la mafia albanesa como lo demostró la Comisión de la Verdad y Lucha Contra la Corrupción que le seguía el juicio político que se vio obligado a esquivar mediante una muerte cruzada que lo ha forzado a mantenerse gobernando (¿?) en solitario un país que se le diluyó como agua entre los dedos y no le alcanza a lavar las manchas de sus zapatitos rojos de la sangre de los asesinados por su mandato en el estallido social pasado.
¿Qué nos queda? Defendernos todos. Entre todos. Por todos. Ante un Estado fallido, un narcogobierno inepto y angurriento, una institucionalidad destrozada, una verdad escondida y mutilada por los medios, huérfanos del aliento espiritual, sin partidos políticos ciudadanos que nos den confianza y esperanza, nos queda la organización popular creativa para auto vigilarnos desde las casas y sitios de trabajo o estudio, la solidaridad comunitaria que nos legaron nuestros abuelos para enfrentar la inseguridad sin exponernos en solitario ante el crimen, recuperar la confianza en la política buena que es necesaria y urgente para recuperar el Estado. Nos queda la razón para evitar la cacería de brujas que nos lleve a creer equivocadamente que el otro por pensar distinto, es el enemigo. Nos queda distinguir la verdad de la mentira, cotejando los hechos y analizando trayectorias de vida. Nos queda buscar la sabiduría con fe para evitar la insensatez que nos lleve a incrementar el odio y sumergirnos en baños de sangre que han destrozado a países vecinos.
Todavía podemos salvar al Ecuador, salvándonos con amor nosotros mismos. Parte del enemigo está dentro de nosotros. Es hora de limpiar el odio inoculado por los que quieren mantenernos odiándonos entre nosotros para explotarnos mejor. La democracia es y debe ser un modelo de vida social basada en el respeto a las ideas ajenas, la propiedad de los demás, los recursos de todos y el amor al prójimo sobre todas las cosas.