Por Raúl Ortiz Patiño
“El miedo es un cuchillo de hielo que hiere los sentidos hasta el fondo de la consciencia” (Edgar Alan Poe).
Ecuador desde hace décadas atrás era visto como un paraíso de Latinoamérica por la vida pacífica de su gente en dónde el crimen organizado y narcotráfico no habían echado sus raíces pese a la inestabilidad política que lo llevó a destituir tres presidentes en ocho años; Abadalá Bucaram en 1997, Jamil Mahuad en el 2000 y Lucio Gutiérrez en 2005, a través de masivas insurrecciones populares. A partir del 2007, el gobierno de la Revolución Ciudadana (RC) conducido diez años por Rafael Correa, potenció esta imagen con grandes obras de infraestructura como puentes, puertos, aeropuertos, carreteras, universidades, colegios, hidroeléctricas, proyectos multipropósitos, hospitales, centros de cuidado infantil, infraestructura policial, ampliación y fortalecimiento de derechos ciudadanos e inclusive de la naturaleza y modernización de las instituciones del Estado.
Capítulo especial fue la creación del Sistema Nacional de Seguridad Integral dirigido por el Ministerio Coordinador para la Seguridad Interna y Externa que agrupó los Ministerios del Interior, Justicia y DD.HH., Defensa, Finanzas, PP.NN., FF.AA., SENAIN (Secretaría Nacional de Inteligencia), Secretaría Nacional de Riesgos y ECU-911. Le dotó de un gran presupuesto y empezó a operar con una nueva Ley de Seguridad Pública y del Estado que sustituyó la represiva doctrina de Seguridad Nacional implementando políticas efectivas que convirtieron al Ecuador en el segundo país más seguro de América Latina lo que redujo a 5.6 homicidios por cada 100 mil habs., en 2017.
En lo que va del 2023, con el gobierno de Guillermo Lasso, ha crecido a 25.3 la tasa de homicidios por cada 100 mil habs., con tendencia a aumentar a 35 a fines del 2023. Ecuador ocupó el cuarto lugar entre los países del mundo que más han mejorado en los índices de felicidad en los últimos 10 años (2007 – 2016), según el Informe Mundial de la Felicidad 2017.
La autoestima colectiva se había recuperado y los migrantes regresaban (Plan Retorno) cargados de esperanza y orgullo a invertir en su patria. En este año somos, junto a Perú, los países con menos felicidad (https://www.primicias.ec/noticias/sociedad/indice-felicidad-onu ecuatorianos-peruanos/).
Con la llegada de Lenín Moreno a la presidencia de la república postulado por la RC empezó la tragedia para Ecuador. El “traidor” Moreno exhortó a la población a superar “el comportamiento ovejuno”. Mencionó en una entrevista que “al fin se respiran aires de libertad” en el país llamando a la sociedad a “descorreísar” el Ecuador haciendo gala de un odio inusitado de quien fue Vicepresidente en el gobierno de Correa y hombre de su mayor confianza. Luego desató una furiosa persecución contra Rafael Correa instaurándole más de treinta juicios, siendo sentenciado en uno por un absurdo delito de “influjo psíquico” inexistente en la legislación ecuatoriana, con el supuesto que habría inducido a sus colaboradores a apropiarse de recursos públicos de manera mental. La cacería de brujas se extendió a líderes de la RC como Ricardo Patiño y Gabriela Rivadeneira, los asambleístas Carlos Viteri y Sofía Espín, la actual Prefecta de Pichincha Paola Pabón y el parlamentario andino Virgilio Hernández a quienes se les mantuvo varios meses con grilletes electrónicos en los tobillos y una larga lista de ex ministros y colaboradores de su gobierno, siendo el caso de Jorge Glass, Vicepresidente en los gobiernos de Correa y Moreno, el más horrendo, pues lo sentenciaron por supuesta asociación ilícita en el “Caso Odebrecht” arrebatándole la Vicepresidencia de manera ilegal y manteniéndolo preso cerca de 5 años como símbolo infame de una “lucha anticorrupción” falsa, para desviar la atención de los actos de corrupción de ambos gobiernos en los que están implicados los propios Presidentes.
Por ejemplo ex Presidente Moreno ha sido enjuiciado y sentenciado por el caso INA papers (paraísos fiscales), encontrándose con orden de captura y asilado en Paraguay. En una reunión con las Cámaras de la Producción, Moreno dijo burlonamente: “estoy empezando a odiar a los correístas” lo cual se constituyó en un acto de alineamiento con la oligarquía al mismo tiempo que se interpretó por la opinión pública como una declaratoria de guerra contra el correísmo al que se sumaron con entusiasmo los grandes banqueros y comerciantes mientras la población estupefacta era víctima diaria de una manipulación de sus emociones negativas hacia Correa y los “correístas” a quienes tildaron de borregos, descreditando también la obra material, jurídica y política del exmandatario. De esta manera, Moreno elevó el odio a categoría estatal bajo la premisa de la “descorreización” como aberrante política pública y dio inicio a un proceso de “politización del odio”, convirtiendo al correísmo en el enemigo público número uno de su gobierno, al mismo que clamaba a toda la población a extirparlo a toda costa.
Cabe destacar que el Presidente actual Guillermo Lasso también fue denunciado por delitos contra la administración pública (peculado) al tiempo que salió a la luz sus vínculos con la mafia albanesa a través de su cuñado Danilo Carrera. La Asamblea Nacional le instauró un Juicio Político que estaba a punto de destituirlo por mayoría de votos ante lo cual fue disuelta por el mandatario mediante el recurso constitucional de la “muerte cruzada” que lo obligó a convocar a nuevas elecciones que están programadas para este veinte de agosto.
Guillermo Lasso, siguiendo la línea argumental de “descorreisar el país” legada por Moreno, eliminó todos los ministerios coordinadores, desarticuló el de Justicia y DD.HH y desarrolló una perversa campaña de desacreditación de instituciones públicas como SENPLADES (Secretaría Nacional de Planificación), Registro Civil, IESS (seguridad social), hospitales, Bancos del Estado (Pacífico, BanEcuador, CFN), Hidroeléctricas, Proyectos Multipropósitos, INECEL (empresas eléctricas), CNT (telefónicas) con la intención descarada de privatizarlas, tildándolas de ineficientes o innecesarias. Redujo ostensiblemente los presupuestos de salud y educación pública, estigmatizó las obras de infraestructura dejadas por Correa (“no se comen carreteras” insistía en entrevistas), no les dio mantenimiento y a otras terminó de liquidarlas como pasó con el Ferrocarril que impulsó el turismo y muchos emprendimientos a gran parte de población indígena y campesina pobre.
Todo esto con el apoyo canino de los medios de comunicación privados quienes siguen reforzando hasta el momento en el imaginario colectivo, la falsa idea de que la mayor contradicción existente en el país es entre “correístas” a quienes muestran como los malos de la película que impiden gobernar y “anticorreístas” buena gente predestinada a impedir el retorno de Correa y su odiosa Revolución Ciudadana.
Por su parte, Rafael Correa, líderes de la RC, analistas políticos y medios de comunicación privados y alternativos, respondieron con una narrativa inversa basada también en el concepto precario del odio del que eran víctimas tratando de explicar la grave crisis integral que azota al pueblo ecuatoriano sin ligar a profundidad las causas de ese odio en sus relaciones dialécticas con la sociedad, economía, filosofía y la política. A partir de la concepción abstracta de este “odio”, la narrativa correísta confrontó la narrativa estatal de Moreno y continúa con la de Lasso, respondiendo con mensajes centrales como: “han destruido la patria por odio”, “eliminaron los presupuestos de salud y educación por odio”, “por odio a Correa no dieron mantenimiento a las carreteras”, etc., y con esta matriz de pensamiento inducido le han atribuido al odio a secas, la responsabilidad de todo el desgobierno y crisis que aqueja al Ecuador en todos sus órdenes.
Tanto Lasso como Moreno han tratado de “explicar” sin éxito los graves problemas estructurales complejos como la deuda externa, economía, justicia, política, soberanía y seguridad pública, como “herencia” del gobierno de Rafael Correa y se han limitado a adjetivarlos con epítetos cargados de odio personal contra él, sin esconder el temor que les causa su posible retorno. Para ilustrarlo, en un exabrupto extremo, Lasso mencionó en una entrevista a un periodista que si tuviera que “sacrificar la economía del pueblo ecuatoriano con tal de impedir que Correa regrese, lo haría”.
Toda la narrativa anticorreísta creada por Moreno y continuada por Lasso ha sido propalada como estrategia política goebbeliana para infundir odio enfermizo en la población hacia Correa para evitar su posible retorno y detener el avance del Movimiento Revolución Ciudadana porque los consideran sus enemigos de clase y los presentan como enemigos del pueblo para restar su fuerza. Pese a esto, Correa mantiene, sin estar en el país, alrededor del 60% de popularidad y esto le quita el sueño a los grandes grupos de poder económico. Y como no les da resultado, han politizado el odio para profundizar su estrategia.
Aclaremos. El odio es un sentimiento que se va enraizando en la conciencia a partir de emociones peligrosas como la ira que genera miedo al otro (persona, pueblo o grupo social). La ira nace con nosotros pero el odio se “construye”, se aprende, por tanto también se puede destruir con diálogo y conocimiento tolerante y profundo del otro. “El odio coquetea con la venganza” (Psicólogo Alfredo Gárate) y puede conducir a los odiadores a realizar acciones criminales, pues cuando el odio se sale de control o es exacerbado por sujetos políticos interesados en hacerlo “quien odia desea la aniquilación del ser odiado” (Aristóteles), es entonces cuando el odio simple se transforma en “odio político” . Y cuando el odio es politizado en el marco de una lucha de clases y es manipulado por las élites para enraizarlo en una población sana que no odia, pueden empujar a esta población a cometer acciones criminales como lo hizo Goebbels en la Alemania Nazi contra judíos, gitanos, comunistas y homosexuales a quienes exterminaron en masa. Visto desde este enfoque, el odio simple no es la causa originaria de la crisis política, económica y social que vive el Ecuador sino la injusta distribución de la riqueza que empuja a las clases sociales a luchar por su control y gestión, sea para el enriquecimiento de las élites y mantener sus privilegios, o para impulsar el bienestar de todas las demás clases sociales postergadas. Cuando el odio es politizado por estos intereses de clase en pugna, se convierte en “odio político” porque sobrepasan la esfera somática y síquica y se recrean en el seno de la sociedad y no solo en el individuo aislado de ella.
De esta manera, el odio político se remonta a la lucha de clases porque se desarrolla en el marco de las relaciones económicas y sociales de producción que históricamente se desarrollan en una sociedad determinada. Por un lado, la clase social poderosa (burguesía) se apropia de los medios de producción en contra de las restantes clases sociales (proletariado) que venden su fuerza de trabajo a las primeras para sobrevivir.
Entonces, se trata de constatar cómo se originan y porqué razón, los miedos que luego se transforman en odio político de la burguesía ecuatoriana (banqueros, industriales, terratenientes y mafias enriquecidas). Son miedos a perder el control de todas las formas que emplean, la mayoría ilegales e inmorales, de acumular su riqueza a costa de los “otros”. Tienen miedo de perder el control de los medios de producción y explotación de los recursos naturales como el petróleo, minas, tierra productiva, mar y ríos, que en Ecuador son pródigos. Miedo a seguir implementando todas las formas abusivas de contrato de la fuerza de trabajo que labora para su enriquecimiento a la que quieren mantener subyugada porque es la reserva laboral de sus empresas y masa consumista de las mercancías que producen. Miedo espantoso de perder el control de la policía y FF.AA., a quienes usan como fuerzas represoras de la población cuando esta se rebela ante la injusticia y el hambre. Miedo poderoso que les aflige por perder el control político del Estado al que manejan a su antojo para definir el funcionamiento de la economía como herramienta de su enriquecimiento. Miedo que sienten por perder el control del sistema de justicia que en el caso ecuatoriano lo vienen utilizando de manera descarada contra los correístas y demás opositores que atentan contra sus intereses codiciosos. Miedo a que sus partidos políticos pierdan las elecciones y los partidos que representan a los pobres reformulen sus leyes de explotación y las pongan al servicio de las mayorías como lo hizo Correa convocando a una Asamblea Constituyente que formuló una nueva Constitución de derechos, más garantista, plurinacional, incluyente y ambiental, razón por la cual Moreno y Lasso han desmontado, eliminado o simplemente inobservado las decenas de leyes populares que se crearon en el correísmo. Miedo a perder el control ideológico de la población ante lo cual han reformulado el rol de sus medios de comunicación encargados de vacunar odio político a las masas en el marco de una estrategia de
lawfare, con la complicidad de un sistema de justicia cómplice y corrupto y la bendición de la iglesia de todos los credos a espaldas del pueblo.
Por lo expuesto, es la lucha de clases expresada en todos estos ámbitos y con nuevas estrategias ilegales y macabras, la causa fundamental del conflicto ecuatoriano que ha llevado a un enriquecimiento mayor a los grupos oligárquicos y a una miseria profunda a la mayoría de la población. El odio politizado y masificado se ha convertido en la forma externa y cotidiana en que las élites buscan confrontar a las clases sociales desposeídas buscando enmascarar la disputa profunda existente en procura de alcanzar derechos dignos al trabajo, salud, educación, libertad, justicia digna y Buen Vivir para todos. En síntesis, el odio en Ecuador lo politizaron las élites económicas como un instrumento más que les permita mantener sus formas corruptas, ilegales y criminales de acumulación de riqueza, ahora en complot con la mafia albanesa y pandillas criminales locales, manipulando al conjunto de la población por todos los medios a su alcance, con el objetivo de hacerles creer que los culpables de la crisis integral que vivimos es por culpa de los grupos opositores como el movimiento indígena, sectores populares que protestan pacíficamente y acusan de “terroristas” en los estallidos sociales multiclasistas y principalmente del “correísmo”. Y como el odio se desarrolla en la conciencia, es en este campo en donde debemos dar una batalla urgente y permanente, en el marco de una lucha de clases integral que nos permita eliminar la pobreza, el hambre, la violencia y la injusticia si queremos también eliminar el odio con amor fraterno y solidaridad.